miércoles, 24 de junio de 2009

La noche de San Juan


Cuando mis padres llegaron a Sevilla después de vivir años en Barcelona se trajeron tres hijos, muchos recuerdos y una fiesta: San Juan. Como en mi nueva ciudad no se hacían hogueras ni era conveniente hacerlas en el patio de una casa típica sevillana, nos quedamos con el jolgorio y la parranda y se hacían unas fiestas brutales en ese mismo patio de mi casa de la calle Viriato. Por esos eventos pasaron personajes muy famosos de la vida de la ciudad y de Andalucía, gente que en aquel momento eran sólo los amigos de mis padres y que hoy reconozco en los periódicos todos los días.
Pero esas fiestas de San Juan eran un sucedáneo de las que yo traía en mente desde mi Barcelona natal, y un rollo para un niño de 10 años al que apenas si dejaban estar un rato al principio y luego mandaban a su cuarto. La noche de San Juan que yo había vivido era "mi verbena", y aquello no.
Vivía en una calle estrecha, diez portales y diez pisos en cada portal. Días antes de San Juan los vecinos comenzaban a engalanar la calle con guirnaldas hasta que llegaba el día en el que un frenesí de actividad se apoderaba de todo el vecindario. Los vecinos bajaban muebles viejos y maderos. Montaban un pequeño escenario junto a una gran palmera que había en el centro de la calle y en cada portal ponían una barra, los vecinos iban bajando comida y bebida mientras iba anocheciendo.
Entonces pasaba todo. Cerraban la calle al tráfico y los vecinos nos hacíamos dueños de ese pequeño recinto y los padres, seguros de que no iba a pasarnos nada (o inconscientes ellos), nos dejaban corretear jugando formando una enorme pandilla que unía a todos los niños de la calle. Entonces, los presidentes de las comunidades de vecinos encendían la hoguera que en poco tiempo crecía hasta el cielo de la ciudad mientras un grupo tocaba habaneras en el pequeño escenario al tiempo que los mayores se ponían a bailar.
Gente riendo, bailando y yo, feliz porque mis padres me dejaban estar en la calle hasta tan tarde con mis amigos. Era genial porque podías acercarte a cualquier portal y tomar refrescos y comida sin que nadie se quejara, todo era felicidad y alegría.
La magia del fuego, de los viejos muebles quemándose, de trastos que se consumen mientras una gran llama sube y sube e ilumina las caras de mis vecinos, y de una niña guapísima que está con sus amigas y que siempre veo camino del cole.
Entre habanera y habanera uno de los responsables de la fiesta toma el micro y anuncia el sorteo de una bici BH e invita a todos los vecinos a comprar una papeleta en cualquiera de las barras que hay en cada portal. hay más sorteos pero no me interesan. La bici brilla en lo alto del escenario como un trofeo inalcanzable, un regalo de los dioses que puede hacer de ese verano que recién comienza el momento más feliz de mi vida. No tendré cole, podré pasear libre por las calles, al calor de la ciudad, quizás incluso pueda montar a la niña esa tan guapa. Verde, con un manillar perfecto, un sillín nuevo y una cesta en el frontal.
Sigo jugando con mis amigos, consigo que mis padres compren un par de números que ya no guardo en el bolsillo ni en ninguna parte, me los dejo en la mano, siempre alerta por si acaso comienza el sorteo.
Hay premios para todos. Un jamón para mis vecinos del 3º; un juego de manteles para unos del principio de la calle; una sombrilla para la mujer de Penín, el del bar... Y le llega el turno a la bici. La ponen delante para que todos la vean y a mi se me va a salir el corazón de la emoción. Despliego mis dos papeletas, tengo el 140 y el 141, un señor mete la mano en un saco y saca una bola: "el 98" dice. Se me cae el alma a los pies mientras escucho unos gritos al otro lado de la calle pero no quiero ni mirar. Odio al ganador. Me siento en el suelo y casi me echo a llorar, de un plumazo se acabaron los sueños de un verano con bici nueva.
- ¡Anda, quien ha ganado!- Exclama el hombre.- ¡Qué niña tan guapa!
Entonces miro al escenario, y allí, tan bella, la niña guapa muestra su papeleta ganadora. Como un ser tan bello puede ser tan ruin de quitarme mi bicicleta... Y delante de todos.
Pasa el rato y mis amigos ya ni se acuerdan de la bici, pero yo no puedo olvidarla y juego taciturno pensando en la desgracia hasta que decido sentarme un rato en una esquina. Entonces aparece ella, con una enorme sonrisa, más guapa que nunca, con su bici nueva al lado.
- ¿Por qué estás aquí sentado? Me pregunta sorprendida.
- Ya no tengo más ganas de jugar. Digo secamente.
- Me llamo Elena. ¿Te gusta mi bici nueva? Dice mientras se agacha para hablar a mi altura.
- Si, mucho.- Le digo slgo turbado.- Yo me llamo Sergio.
- Ya lo sé.- Me dice. Entonces me toma de la mano y mirándome a los ojos como nadie lo había hecho antes dice:- Vega dame una vuelta.

3 comentarios:

A. Crespo dijo...

Aquí en Lima, como en Sevilla, no se celebra la noche de San Juan. La única diferencia notable es que por estos lares está comenzando el invierno. Los españoles se reúnen para celebrar esta noche mágica. Tu comentario, muy bueno. Como siempre. A.Crespo.

Anchama dijo...

Parece una narración de un nuevo libro. Tiene un buen argumento...

Sergio Crespo dijo...

Gracias, gracias, gracias. Es una fiesta muy auténtica, muy visceral, terrenal y humana, no os parece?