Un ancho mar separa tus pensamientos de los míos mientras el sol, poco a poco, aparece entre las montañas volcánicas labradas por el viento y las aguas plácidas del Mediterráneo. Amanece y los colores cambian a cada segundo, como si pretendieran que fuera imposible captarlos más allá de un instante porque al volver a mirar al infinito ya no están, son diferentes para siempre.
El doble sonido de las olas batiendo contra las rocas me confunde. Uno es continuo y sosegado, como un zumbido calmado del mar en su conjunto en el que cada gota participa como una gran orquesta acuática; el otro es individual de cada ola, que llega a la roca y a la pequeña cala siempre igual y a la vez diferente.
Las casas del pueblo a lo lejos van cambiando de tono y pasan por grises y anaranjados a blanquecinos al tiempo que se desperezan del sueño de la noche mientras las luces de las farolas de las calles se van apagando por tramos a medida que el sol se va haciendo más fuerte. Comenzó apareciendo tímido entre el mar y las montañas, pero ya va tomando confianza y sube con la seguridad del joven príncipe llamado a ser, un día más, el astro rey.
La primera gaviota aparece a mi derecha jugando con los vientos para mantenerse, asombrosamente, suspendida en el aire, como si jugara con la gravedad, a la vez que escruta las aguas buscando el desayuno que esas horas debe estar esperando en las mansas aguas igual que el mío reposa en la taza que tengo en mis manos.
El mar cambia de color. Hay tantos azules como segundos tiene la mañana. Me es imposible describirlos todos porque ni mi vocabulario es tan rico ni creo que mi idioma contenga tantos adjetivos. Quizás habría que utilizar todas las lenguas conocidas para poder definir ese espectáculo que se abre a mis ojos.
Los volcanes del jurásico que tengo enfrente descansan después de tanta actividad hace millones de años. Hoy son montañas que han visto tantísimos amaneceres como éste que no deberían asombrarse de la manera que yo lo hago hoy y sin embargo parecen alegrarse de ver el sol un día más, están felices de admirar cómo sus extrañas figuras volverán a iluminarlas para que todos puedan ver su esplendoroso pasado de tierra y fuego.
La brisa suave me da en la cara de forma constante y paciente, sin querer hacerme daño o darme frío, y el olor a mar se hace más intenso. Es entonces cuando miro atrás y dentro de la habitación te veo recostada de espaldas y desnuda. Te has movido un poco en tu sueño lejano y te has tapado un poco las piernas aunque aún puedo ver su figura bajo las sábanas mientras la espalda permanece a la vista. Sueñas segura y tranquila así que me acerco y me vuelvo a la cama dejando el espectáculo del amanecer para los que vengan detrás porque el espectáculo que tengo en mi habitación es aún más impresionante. Me acerco a ti, recuerdo las imágenes vistas y las sensaciones que me han despertado. Sé que me escuchas aunque estés dormida y te susurro:
"Hoy va a ser un buen día".
2 comentarios:
Acaso hay una manera màs bonita de recibir al nuevo dia? tu texto tiene esperanza, amor, naturaleza, recuerdo, optimismo, fuerza... me encantò, me gusta cuando escribis asi, desde tus sensaciones propias o vivencias, lo hacès cada tanto pero cuando se dà lo disfruto,
besotes y que sean muchos amaneceres mas,
Vero.
Te envidio.
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