Uno de los asuntos más incomprensibles para mi padre cuando ejercía la política era ver los campos de fútbol llenos en contrapartida con los mítines a los que, incluso en los difíciles años de la transición, acudía muy poca gente. La capacidad de convocatoria del deporte siempre fue mayor que el de las ideas y eso que en aquellos años las ideas eran la base sobre la que nos jugábamos nuestro futuro tras 40 años sin poder decir cuales eran.
Hoy, la desafección hacia la política es aún mayor, y eso que vivimos los tiempos más difíciles desde la llegada de la democracia. Una etapa en la que todos deberíamos estar más que conciendiados y enormemente politizados se salda con elecciones con bajos índices de participación y un alejamiento de la clase dirigente que no nos viene nada bien.
Y en contraprestación ayer nos encontramos con esta imagen. Rafael Nadal gana su séptimo Roland Garros y se convierte en un tenista de leyenda, en el mejor de nuestra historia y en uno de los grandes de todos los tiempos. Y allí, para verlo, para apoyarle con su presencia, sus miradas de ánimo y su sufrimiento desde la grada estaba Pau Gasol, el mejor jugador español de baloncesto y uno de los mejores del mundo. Su amigo. Su amigo del alma.
Cuando Nadal ganó se saltó la valla y se fue a saludar a su familia... Y a Gasol. Éste le acogió entre sus brazos, con sus 2,13 metros, como a un niño. Y Nadal llora desconsolado abrazado a su amigo, deportista y sufridor como él, sabedor de lo difícil que es conseguir esa gesta.
La imagen destilla amor, cariño, sufrimiento y orgullo de dos de los nuestros y eso es lo que llama la atención de tanta gente, porque esos sentimientos llaman a las emociones, un lugar vetado para los políticos desde hace demasiado tiempo y que muy bien harían en recuperar.
Nadal y Gasol hacen que nos enorgullezcamos de ser españoles porque además de ser dos grandes deportistas son grandes personas y son normales. Llevan su grandeza con tranquilidad, sin aspavientos, sin tatuajes, sin peinados estrambóticos. Nos sentimos bien representados porque son hijos de nuestro tiempo,porque no son el producto de una generación espontánea, porque han salido de nuestras escuelas, de nuestros parques y de nuestros campos de tenis y de baloncesto. Es gente normal haciendo cosas anormales en las canchas, pero no fuera.
Me habría gustado ver a Iniesta en esa misma foto, porque se parece a estos dos en todas esas cosas. Pero el abrazo entre Gasol y Nadal me basta para levantarme y mirar a mi país con otros ojos, diferentes a los que nos miran desde los mercados, desde el eurogrupo o desde la madre que los parió. Somos buenos. Somos normales.
1 comentario:
"Chapeau" Sergio me ha emocionado mucho.
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