Dos hechos incontestables me anuncian una verdad inexorable: Me estoy haciendo mayor.
- Hecho 1: MI hijo me trajo ayer un trabajo manual por el día del padre y ahora reside triunfal en mi mesa de trabajo.
- Hecho2: He aprendido a disfrutar de las cosas que hacen personas que son mejores que yo que aquellas facetas de la vida que más me gustan sin envidias recalcitrantes.
Hace tiempo, si veía que alguien jugaba mejor que yo al baloncesto estando yo en la cancha simplemente me molestaba. Hoy en día, cuando tengo la suerte de disfrutar de un compañero o incluso un rival que es una máquina lo disfruto sin pensar en que yo no puedo ahora ni he podido hacer esas cosas nunca.
Ayer me terminé de beber la tercera entrega (de momento) de la tetralogía de Carlos Ruiz Zafón que comenzó con La Sombra del Viento, siguió con El Juego del Ángel y ha seguido con El Prisionero del Cielo.
Al último libro de Zafón quizás le falta la intensidad argumental de los otros dos anteriores, pero eso no es nada. Definir el libro es muy simple: Está muy bien escrito.
Con él se cierran diversas tramas que quedaron más o menos abiertas en anteriores entregas, se comprenden cosas antes incomprensibles, y se disfrutar de personajes a los que al autor se le nota que tiene más cariño. Atención al personaje de Fermín Romero de Torres porque quizás pueda convertirse en un clásico de la literatura, una especie de Ignatius J. Really de la postguerra española, menos guarrete, pero igual de tiquismiquis y por supuesto, un genio contra el que conjura toda la sociedad circundante. Las frases de Fermín van camino de convertirse en citas magistrales, de esas que se usan para decir verdades mientras se divierte al respetable. Cualquier día encuetro una aplicación en Blogger para poder poner una cita en esta bitácora cada día de la semana.
Hay pasajes en los que te das cuenta de lo que significa utilizar las palabras adecuadas para crear lo que se pretende: Una escena alegre, una melancólica, una humorística, otra de intriga, o un paisaje urbano en el que casi se pueden oir los sonidos de la Barcelona de los 50. Y aún hoy, a horas de haber terminado el libro, permanecen en mi memoria, como si yo mismo los hubiera vivido en persona y no leído en las páginas de un libro.
Zafón es muy bueno, muchísimo mejor de lo que yo llegaré a ser nunca. Pero anoche, en vez de cabrearme por leer aquello que soy incapaz de escribir, me senté a disfrutar de cada palabra, temiendo que se acabaran las páginas, queriendo leer más, como cuando pienso en lo que sería darle una asistencia a Kobe o a Lebron.
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