Reproduzco un reportaje publicado en El País de Toni García sobre la dificultad que ha tenido tradicionalmente la enfermedad del cáncer de hacerse un hueco entre las tramas de las series de televisión. Eso ha cambiado en las últimas fechas y, gracias a su éxito, nos están acercando una realidad que tradicionalmente se ha intentado ocultar. El cáncer toma las series.
Las dos noticias más comentadas de las últimas semanas en el ámbito de la televisión estadounidense corren paralelas, aunque su dimensión -lamentablemente- sea muy distinta. En primer lugar, el canal Starz anunció que la estrella de su show más productivo, Espartaco, sangre y arena (en Canal +), Andy Whitfield, abandonaba la serie por culpa de un cáncer muy agresivo que parecía haber superado pero que le ha atacado de nuevo, obligándole a centrarse en el tratamiento y forzando su retirada. La noticia causó consternación en la profesión, especialmente porque Whitfield era el corazón y el alma de Espartaco que ahora ve amenazada su continuidad, y que con su esfuerzo había conseguido -por fin- hacerse un hueco en la masificada parrilla estadounidense (y por ende en el resto del mundo).
Al mismo tiempo, otro canal, Showtime conseguía la audiencia más elevada de su historia gracias al estreno de The big C , una serie sobre el cáncer, que además es capaz de disfrazarse de comedia sin que el espectador se sienta incomodo. "Creo que, de alguna forma, es una manera de sobrevivir. Cuando el ser humano se ve puesto a prueba hasta ese punto, cuando te sientes amenazado, cuando sientes miedo, es entonces cuando el humor llega y se convierte en un auténtico salvador" decía recientemente a la CBS la magnífica protagonista de la serie, la actriz Laura Linney (Mystic River, John Adams).
Linney interpreta a Cathy Jamison, una profesora de cuarenta-y-tantos a la que un día comunican que sufre un melanoma de fase cuatro y que sus días podrían estar contados. A Jamison le sale la vena nihilista y decide que va a vivir la vida a tope independientemente de cual sea el consejo médico al respecto. Además la profesora resuelve, después de consultarlo consigo misma, que no va a revelarle a nadie la naturaleza de su enfermedad por lo que su comportamiento será interpretado por sus allegados (incluyendo a un ex marido que sigue coladito por sus huesos) como un ataque de excentricismo. Así, la serie camina en el finísimo hilo que separa la sutileza del trazo grueso, ayudado por un reparto de hormigón armado donde Linney arrasa con todo y con todos/as en una interpretación de energía asombrosa.
Las preocupaciones de Showtime, algo asustada al principio por cual podría ser la reacción a su nueva niña bonita, se quedaron en agua de borrajas cuando el piloto de la serie se convirtió de la noche a la mañana en lo más visto de la historia del canal y colecciono más críticas positivas que todas las demás propuestas de la casa (entre las que se cuentan Weeds y Californication ) juntas.
No es la primera vez que el personaje principal de una serie estadounidense es un enfermo de cáncer (el propio Bryan Cranston interpreta en Breaking Bad , otra de las grandes animadoras del panorama televisivo mundial, a un enfermo terminal) pero si es la primera ocasión en la que esa circunstancia se afronta no como un mero efecto colateral que aporta un matiz dramático a la trama, sino como el auténtico motor narrativo de la misma. Hasta el periódico New York Times alababa recientemente la serie y especulaba con las ventajas de sacar a la maldita enfermedad del armario y banalizarla a base de mirarla a la cara, de atreverse a hablar de ella sin sentirnos culpables. The Big C ya ha renovado por una segunda temporada y no sería extraño verla arrasar en la próxima edición de los Emmy, dando por supuesto que va a ser muy difícil que Linney no se haga con el premio a mejor actriz de comedia (sería su cuarto Emmy). Teniendo en cuenta que interpreta a alguien que se ríe de su propio cáncer (y hace que la audiencia se ría con ella) no parece una mala idea.
Las dos noticias más comentadas de las últimas semanas en el ámbito de la televisión estadounidense corren paralelas, aunque su dimensión -lamentablemente- sea muy distinta. En primer lugar, el canal Starz anunció que la estrella de su show más productivo, Espartaco, sangre y arena (en Canal +), Andy Whitfield, abandonaba la serie por culpa de un cáncer muy agresivo que parecía haber superado pero que le ha atacado de nuevo, obligándole a centrarse en el tratamiento y forzando su retirada. La noticia causó consternación en la profesión, especialmente porque Whitfield era el corazón y el alma de Espartaco que ahora ve amenazada su continuidad, y que con su esfuerzo había conseguido -por fin- hacerse un hueco en la masificada parrilla estadounidense (y por ende en el resto del mundo).
Al mismo tiempo, otro canal, Showtime conseguía la audiencia más elevada de su historia gracias al estreno de The big C , una serie sobre el cáncer, que además es capaz de disfrazarse de comedia sin que el espectador se sienta incomodo. "Creo que, de alguna forma, es una manera de sobrevivir. Cuando el ser humano se ve puesto a prueba hasta ese punto, cuando te sientes amenazado, cuando sientes miedo, es entonces cuando el humor llega y se convierte en un auténtico salvador" decía recientemente a la CBS la magnífica protagonista de la serie, la actriz Laura Linney (Mystic River, John Adams).
Linney interpreta a Cathy Jamison, una profesora de cuarenta-y-tantos a la que un día comunican que sufre un melanoma de fase cuatro y que sus días podrían estar contados. A Jamison le sale la vena nihilista y decide que va a vivir la vida a tope independientemente de cual sea el consejo médico al respecto. Además la profesora resuelve, después de consultarlo consigo misma, que no va a revelarle a nadie la naturaleza de su enfermedad por lo que su comportamiento será interpretado por sus allegados (incluyendo a un ex marido que sigue coladito por sus huesos) como un ataque de excentricismo. Así, la serie camina en el finísimo hilo que separa la sutileza del trazo grueso, ayudado por un reparto de hormigón armado donde Linney arrasa con todo y con todos/as en una interpretación de energía asombrosa.
Las preocupaciones de Showtime, algo asustada al principio por cual podría ser la reacción a su nueva niña bonita, se quedaron en agua de borrajas cuando el piloto de la serie se convirtió de la noche a la mañana en lo más visto de la historia del canal y colecciono más críticas positivas que todas las demás propuestas de la casa (entre las que se cuentan Weeds y Californication ) juntas.
No es la primera vez que el personaje principal de una serie estadounidense es un enfermo de cáncer (el propio Bryan Cranston interpreta en Breaking Bad , otra de las grandes animadoras del panorama televisivo mundial, a un enfermo terminal) pero si es la primera ocasión en la que esa circunstancia se afronta no como un mero efecto colateral que aporta un matiz dramático a la trama, sino como el auténtico motor narrativo de la misma. Hasta el periódico New York Times alababa recientemente la serie y especulaba con las ventajas de sacar a la maldita enfermedad del armario y banalizarla a base de mirarla a la cara, de atreverse a hablar de ella sin sentirnos culpables. The Big C ya ha renovado por una segunda temporada y no sería extraño verla arrasar en la próxima edición de los Emmy, dando por supuesto que va a ser muy difícil que Linney no se haga con el premio a mejor actriz de comedia (sería su cuarto Emmy). Teniendo en cuenta que interpreta a alguien que se ríe de su propio cáncer (y hace que la audiencia se ría con ella) no parece una mala idea.
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