miércoles, 12 de noviembre de 2008

Manifiesto en apoyo de Luis García Montero


El catedrático de la Universidad de Granada, Luis García Montero, ha sido condenado por injurias graves a un profesor de su mismo departamento que viene sosteniendo, desde hace años, que Lorca era un fascista asesinado por los suyos y que Ayala fue valedor del fascismo. El condenado, ha decidido no recurrir la sentencia y abandonar de manera definitiva su docencia en la Universidad de Granada.
Luis García Montero, dijo que la Universidad de Granada tenía un problema, el de ese profesor disparatado que somete a sus alumnos a un adoctrinamiento insensato. Ahora, la Universidad de Granada tiene dos problemas: ese presunto profesor, cuenta con un incomprensible refrendo judicial para seguir propalando sus felonías, mientras la Universidad pierde a uno de sus mejores profesores. Enhorabuena.
Todos nosotros, profesores, alumnos y ciudadanos, nos sentimos condenados por esa misma sentencia y queremos hacer público nuestro refrendo a la fecunda trayectoria del catedrático Luis García Montero, al valor de su magisterio y a su contrastada defensa de la dignidad de las personas y las instituciones libres. Perdemos a alguien muy valioso y nos quedamos con lo que hay. Y no sabemos callarnos.
Benjamín Prado, Miguel Ángel Aguilar, Miguel Ríos, Mariano Maresca, Juan Vida, Caballero Bonald, Joaquín Sabina... y Sergio Crespo

1 comentario:

laportademanolomartinez dijo...

LUIS GARCIA MONTERO NO SE DEFIENDE, YA LO HACEN SUS POEMAS.

Cuando un poeta es maltratado, no se hace otra cosa que reproducir la injusticia que siempre se cebó con los poetas, ( García Lorca, Cernuda, Machado...) , por decir lo que pensaban con la libertad ( precísamente un bien del que no gozaban/gozan). El tiempo pondrá a cada cual en su sitio. Esperemos que, éste, no se dilate con García Montero como lo hizo con los anteriores. De momento, no hay mejor recurso contra el injusto dictamen, que un poema del absurdamente condenado:

CANCIÓN TACHADA

Aquel hombre salió cuando la
luna
se tendía en las manos del
último minuto.

Era el frío
ese orgullo de plata que
cruzaba la calle,
porque estaban cediendo las
persianas
de los bares cumplidos
y al doblarse dejaba la noche
en los portales
ecos de antigua historia con
personajes íntimos.

Bajó sin libertad por el camino
de las horas vacías.
Ya no le acompañaban
ni el líquido leopardo de su
sombra
ni los pasos oídos.

Sólo el puente del río,
sólo el jardín innoble a la orilla
del río,
sólo calles de luz contaminada,
sin forma, sucediéndose,
como el agua de un río.

Nunca supo la luna explicar de
qué modo
aquel hombre salió de aquella
madrugada.