Facul era un excelente contador de historias. Con su voz grave y su enorme altura era capaz de llamar la atención de los niños y de los padres. Así que cada día iba al parque y allí comenzaba a narrar alguno de sus cuentos ante la atenta mirada de los más pequeños que escuchaban asombrados los increíbles cuentos inventados por Facul.
Para Facul, era lo más importante del mundo. Ver las caras de los niños era el mejor regalo, mejor incluso que las monedas que recibía a cambio y que apenas si le llegaban para pagar una cama en un pequeño hostal en el que vivía desde que se quedó solo. Facul había perdido a su esposa y a su hijo en un accidente y ahora se ganaba la vida haciendo lo mismo que hacía cada noche a su pequeño: Contando cuentos.
La verdad es que no se los preparaba antes ni mucho menos. Facul comenzaba a hablar y la historia salía sola, era como si su boca cobrara vida propia y se supiera la historia antes que él mismo. Por eso nunca se preocupó por saber qué iba a decir hasta el momento mismo de decirlo.
Aquella mañana el día había amanecido un tanto gris y oscuro, pero era domingo y tenía que ir al parque a contar alguno de sus cuentos. A pesar de que podía llover la sola idea de que hubiera niños esperando una de sus historias podía más que todo el frío del mundo. Así que se vistió con la ropa de siempre, se puso un viejo abrigo y se fue donde siempre.
Cuando llegó vio un grupo de niños acompañados por sus padres. Estaban un poco malhumorados porque llegaba tarde y estaba haciendo mucho frío. Algunos padres se habían marchado ya a casa por miedo a mojarse y otros incluso le recriminaron su tardanza. Facul les pidió que se sentaran, dio media vuelta para concentrarse y pasados unos segundos dijo:
- Había una vez… Y entonces, se quedó callado.
Los niños miraron extrañados esperando a que continuara. Facul intentó seguir con la narración pero las palabras no salían de su boca y eso le puso muy nervioso. Los padres de los niños que ya estaban algo molesto le pidieron que siguiera de una vez, pero el pobre contador de cuentos no encontraba las palabras para continuar. Nunca le había pasado. Asustado, se metió las manos en los bolsillos, como si buscara algo, pero allí no encontró respuestas y a todo esto comenzó a llover.
Los murmullos se hicieron más grandes, los niños comenzaron a levantarse abandonando el tradicional corro que se formaba y los padres decían sentirse estafados. Facul se sentía cada vez peor. Ahora también tenía miedo, las palabras seguían sin salir y su mente busco una historia de las que ya había contado en otra ocasión, aunque fuera repetida, a lo mejor aquellos niños no la habían escuchado nunca. Pero tampoco recordó ninguna. Muy nervioso, y mientras los padres se marchaban con sus hijos Facul dijo casi llorando:
- ¡He perdido mis cuentos!
Los padres apenas si le escucharon. Cada vez llovía más fuerte y en poco tiempo Facul se quedó solo en medio del parque. No sabía qué le había pasado. No podía entender dónde estaba su imaginación, era extrañísimo que no se le ocurriera ninguna historia.
Anduvo por el parque largo rato, sin rumbo ni dirección y apenado por lo que le había sucedido. Si no encontraba una solución pronto se quedaría sin niños a los que contar historias y perdería el trabajo. Y en esas estaba cuando un niño con cara de ratoncito se le acercó. Facul ni se había dado cuenta de su presencia hasta que el niño le tiró del abrigo.
- ¿Qué te pasa? Preguntó el niño.
- He perdido mis cuentos. - Contestó Facul.- Estaban en mi mente y no los encuentro.
- ¿Te los han robado? Insistió el niño con cara de ratón.
- No lo sé. Puede ser. Estaban ahí y hoy, de pronto, cuando he ido a buscarlos ya no estaban. Explicó Facul.
- Hay veces que perdemos cosas que siempre estaban ahí. Y hay veces que lo que nos pasa es que no hemos mirado bien. Dijo con aire distinguido el pequeñajo.
- ¿Cómo te llamas? Preguntó Facul extrañado ante las palabras del niño.
- Me llaman Clatchan.- Dijo el niño con cara de ratón.- ¿Quieres que te ayude a buscar tus cuentos? Creo que sé cómo encontrarlos…
- Si. Pero no sé cómo me vas a ayudar. Dijo Facul desconsolado.
Ambos comenzaron a andar por el parque mirando hacia todas partes. Facul no entendía porqué había que hacer aquello pero Clatchan insistía en que era necesario que se fijara en todas las cosas que había allí. Así que el contador de cuentos su puso a mirar a los árboles y a pequeños arbustos, a los bancos y a las papeleras. Entonces se dio cuenta de la cantidad de animales que había en el parque y en los que nunca había reparado. En los árboles un sin fin de pájaros se acurrucaban en sus nidos pero al verles pasar le saludaban. Todos conocían a Clatchan y le preguntaban qué hacía con Facul dando un paseo bajo la lluvia.
- Ha perdido sus cuentos y los estamos buscando. So los veis por alguna parte no dudéis en llamarnos, por favor. Les contestaba ante la asombrada mirada de Facul.
Fijándose en todo Facul se dio cuenta de la cantidad de cosas que había en el parque y que nunca había visto. La verdad es que era un parque precioso, lleno de cosas por todos lados y todas muy bonitas a pesar del día tan feo. Cuando lo hubieron recorrido entero Clatchan le dijo que se fuera a su casa y que por el camino hiciera lo mismo, que mirara por todas las calles por si encontraba los cuentos. Quizás los había perdido al ir hacia allí. Si no los encontraba podía volver al día siguiente y seguirían buscando.
Facul no entendía muy bien qué se proponía el niño con cara de ratón pero decidió hacerle caso. No tenía nada que perder. Los cuentos siempre habían estado en su cabeza y era un poco raro buscarlos por las calles, pero fue todo el camino fijándose en todo por si los veía. Miró por todos lados sin éxito, sólo acertó a darse cuenta de la cantidad de cosas que había en el camino a su casa y que jamás había visto, era como si viera una ciudad nueva, llena de cosas y de gente por todos lados. Vio una señora mayor con un enorme carro lleno de algo que no sabía qué era, un señor paseando con su perro, una niña que corría calle abajo al encuentro de su padre. Pero ni rastro de sus cuentos.
Agobiado, volvió al parque al día siguiente. Estuvo esperando un rato a Clatchan pero no le veía. Ya estaba a punto de marcharse cuando sin darse cuenta lo tenía sentado justo a su lado.
- ¿Has encontrado tus cuentos? Preguntó el niño con desparpajo.
- No. Contestó abatido Facul.
- Entonces hay que volver a buscarlos. Dijo Clatchan al tiempo que se ponía de pie y comenzaba a andar.
Estuvieron mirando todo el rato por el parque sin resultado. Esta vez, además de los pájaros del día anterior también vieron una ardilla que subía a un árbol con prisa. La ardilla dijo que aquel parque estaba lleno de cuentos perdidos, pero que él no podía decir dónde estaban porque sólo podía encontrarlos aquel que los hubiera perdido. Facul la miró emocionado y siguió buscando. Aquella era una buena pista así que aunque no encontró nada ese día volvió al día siguiente y al otro y al otro y así estuvo toda la semana.
Llegó el domingo y Facul no había encontrado sus cuentos y era el día en el que los niños iban al parque a escuchar sus historias. Sabía que no podía defraudarles una vez más o es posible que sus padres no les llevaran más. Asustado, fue al parque más temprano que de costumbre, era su última oportunidad. Cuando llegó el día tampoco0 era muy apetecible y estaba lleno de nubarrones, aun así, nada más llegar se puso a buscar sus cuentos. Pero no los encontraba. Vio un enorme globo que se hacía más y más grande y pensó que quizás estuvieran allí pero al llegar se dio cuenta de que no. Estaba desesperado. Entonces, una vez más, se dio cuenta de que Clatchan estaba junto a él.
- ¿Los has encontrado? Preguntó en niño.
- No. Ya no sé dónde buscar. Me he pasado toda la semana mirando el parque y las calles y no los he encontrado. Dijo el pobre de Facul.
Los niños comenzaron a llegar y a situarse alrededor del contador de historias. Se sentaron todos juntos esperando que comenzara una de sus historias. Entonces Clatchan le dijo sonriendo:
- Ya has buscado tus cuentos fuera de ti. Ya has visto cosas que estaban a tu alrededor que ni siquiera habías visto. Es hora de que busques tus cuentos dentro de ti. Donde siempre han estado. Cierra los ojos y piensa en historias.
Facul no le entendió muy bien al principio pero los niños comenzaban a murmurar sin entender porqué no comenzaba así que se puso en pie, se dio la vuelta y comenzó a pensar y a buscar en su interior. Así de pronto no le venía nada a la cabeza ni a la boca, pero de pronto se acordó de las palabras de Clatchan y recordó a los pájaros, a la ardilla, a la mujer que vio por la calle con aquel carro enorme y por último recordó el globo. Entonces, se dio la vuelta, miró a los niños y dijo a los niños con voz grave:
- Esto era una vez una ardilla que se hizo una apuesta con un pájaro para ver quien volaba más alto… Y entonces la ardilla se hizo amiga de una anciana que llevaba un globo en un carro enorme… y entonces el pájaro le dijo a sus polluelos que había que confiar en uno mismo y mirar alrededor…
¡Le había salido un cuento precioso! Cuando terminó los niños aplaudieron un buen rato y los padres le dieron unas buenas monedas, muchas, muchísimas. Todos estaban encantados y Facul también.
Poco a poco la gente se fue marchando y Facul se quedó sólo en el parque. Entonces se acordó de Clatchan y le buscó por todas partes sin encontrarlo. ¿Dónde se había metido? Quería darle las gracias por haber encontrado sus cuentos y haberle enseñado a recuperarlos. Miró por todos lados pero no estaba así que decidió marcharse. Entonces, un niño con cara de pato se acercó y le dijo:
- ¿Eres Facul?
- Si. Respondió el contador de historias.
- Me llamo Marfusca, soy amigo de Clatchan. - Dijo el niño con cara de pato.- Se ha tenido que marchar, pero me ha dejado un recado para ti.
- ¿Siii? ¡Dime, qué te ha dicho! Dijo Facul emocionado.
- Siempre estaré con tus cuentos… Y en la tienda de la esquina.- Dijo Marfusca señalando hacia una tienda que había junto al parque.- Ahí también vivo yo.
Facul se giró y vio una tienda. No entendía muy bien qué quería decir Marfusca pero cunado se dio la vuelta otra vez para preguntarle el niño con cara de pato había desaparecido.
El contador de cuentos se levantó y se acercó a la tienda y poco a poco fue entendiendo. ¡Era una tienda de animales! Facul se asomó al escaparate y allí vio un ratón con cara de niño que daba vueltas a una rueda y que parecía saludarle. El hombre, miró al ratoncito y le dijo:
- Gracias Clatchan, muchas gracias por todo.
Para Facul, era lo más importante del mundo. Ver las caras de los niños era el mejor regalo, mejor incluso que las monedas que recibía a cambio y que apenas si le llegaban para pagar una cama en un pequeño hostal en el que vivía desde que se quedó solo. Facul había perdido a su esposa y a su hijo en un accidente y ahora se ganaba la vida haciendo lo mismo que hacía cada noche a su pequeño: Contando cuentos.
La verdad es que no se los preparaba antes ni mucho menos. Facul comenzaba a hablar y la historia salía sola, era como si su boca cobrara vida propia y se supiera la historia antes que él mismo. Por eso nunca se preocupó por saber qué iba a decir hasta el momento mismo de decirlo.
Aquella mañana el día había amanecido un tanto gris y oscuro, pero era domingo y tenía que ir al parque a contar alguno de sus cuentos. A pesar de que podía llover la sola idea de que hubiera niños esperando una de sus historias podía más que todo el frío del mundo. Así que se vistió con la ropa de siempre, se puso un viejo abrigo y se fue donde siempre.
Cuando llegó vio un grupo de niños acompañados por sus padres. Estaban un poco malhumorados porque llegaba tarde y estaba haciendo mucho frío. Algunos padres se habían marchado ya a casa por miedo a mojarse y otros incluso le recriminaron su tardanza. Facul les pidió que se sentaran, dio media vuelta para concentrarse y pasados unos segundos dijo:
- Había una vez… Y entonces, se quedó callado.
Los niños miraron extrañados esperando a que continuara. Facul intentó seguir con la narración pero las palabras no salían de su boca y eso le puso muy nervioso. Los padres de los niños que ya estaban algo molesto le pidieron que siguiera de una vez, pero el pobre contador de cuentos no encontraba las palabras para continuar. Nunca le había pasado. Asustado, se metió las manos en los bolsillos, como si buscara algo, pero allí no encontró respuestas y a todo esto comenzó a llover.
Los murmullos se hicieron más grandes, los niños comenzaron a levantarse abandonando el tradicional corro que se formaba y los padres decían sentirse estafados. Facul se sentía cada vez peor. Ahora también tenía miedo, las palabras seguían sin salir y su mente busco una historia de las que ya había contado en otra ocasión, aunque fuera repetida, a lo mejor aquellos niños no la habían escuchado nunca. Pero tampoco recordó ninguna. Muy nervioso, y mientras los padres se marchaban con sus hijos Facul dijo casi llorando:
- ¡He perdido mis cuentos!
Los padres apenas si le escucharon. Cada vez llovía más fuerte y en poco tiempo Facul se quedó solo en medio del parque. No sabía qué le había pasado. No podía entender dónde estaba su imaginación, era extrañísimo que no se le ocurriera ninguna historia.
Anduvo por el parque largo rato, sin rumbo ni dirección y apenado por lo que le había sucedido. Si no encontraba una solución pronto se quedaría sin niños a los que contar historias y perdería el trabajo. Y en esas estaba cuando un niño con cara de ratoncito se le acercó. Facul ni se había dado cuenta de su presencia hasta que el niño le tiró del abrigo.
- ¿Qué te pasa? Preguntó el niño.
- He perdido mis cuentos. - Contestó Facul.- Estaban en mi mente y no los encuentro.
- ¿Te los han robado? Insistió el niño con cara de ratón.
- No lo sé. Puede ser. Estaban ahí y hoy, de pronto, cuando he ido a buscarlos ya no estaban. Explicó Facul.
- Hay veces que perdemos cosas que siempre estaban ahí. Y hay veces que lo que nos pasa es que no hemos mirado bien. Dijo con aire distinguido el pequeñajo.
- ¿Cómo te llamas? Preguntó Facul extrañado ante las palabras del niño.
- Me llaman Clatchan.- Dijo el niño con cara de ratón.- ¿Quieres que te ayude a buscar tus cuentos? Creo que sé cómo encontrarlos…
- Si. Pero no sé cómo me vas a ayudar. Dijo Facul desconsolado.
Ambos comenzaron a andar por el parque mirando hacia todas partes. Facul no entendía porqué había que hacer aquello pero Clatchan insistía en que era necesario que se fijara en todas las cosas que había allí. Así que el contador de cuentos su puso a mirar a los árboles y a pequeños arbustos, a los bancos y a las papeleras. Entonces se dio cuenta de la cantidad de animales que había en el parque y en los que nunca había reparado. En los árboles un sin fin de pájaros se acurrucaban en sus nidos pero al verles pasar le saludaban. Todos conocían a Clatchan y le preguntaban qué hacía con Facul dando un paseo bajo la lluvia.
- Ha perdido sus cuentos y los estamos buscando. So los veis por alguna parte no dudéis en llamarnos, por favor. Les contestaba ante la asombrada mirada de Facul.
Fijándose en todo Facul se dio cuenta de la cantidad de cosas que había en el parque y que nunca había visto. La verdad es que era un parque precioso, lleno de cosas por todos lados y todas muy bonitas a pesar del día tan feo. Cuando lo hubieron recorrido entero Clatchan le dijo que se fuera a su casa y que por el camino hiciera lo mismo, que mirara por todas las calles por si encontraba los cuentos. Quizás los había perdido al ir hacia allí. Si no los encontraba podía volver al día siguiente y seguirían buscando.
Facul no entendía muy bien qué se proponía el niño con cara de ratón pero decidió hacerle caso. No tenía nada que perder. Los cuentos siempre habían estado en su cabeza y era un poco raro buscarlos por las calles, pero fue todo el camino fijándose en todo por si los veía. Miró por todos lados sin éxito, sólo acertó a darse cuenta de la cantidad de cosas que había en el camino a su casa y que jamás había visto, era como si viera una ciudad nueva, llena de cosas y de gente por todos lados. Vio una señora mayor con un enorme carro lleno de algo que no sabía qué era, un señor paseando con su perro, una niña que corría calle abajo al encuentro de su padre. Pero ni rastro de sus cuentos.
Agobiado, volvió al parque al día siguiente. Estuvo esperando un rato a Clatchan pero no le veía. Ya estaba a punto de marcharse cuando sin darse cuenta lo tenía sentado justo a su lado.
- ¿Has encontrado tus cuentos? Preguntó el niño con desparpajo.
- No. Contestó abatido Facul.
- Entonces hay que volver a buscarlos. Dijo Clatchan al tiempo que se ponía de pie y comenzaba a andar.
Estuvieron mirando todo el rato por el parque sin resultado. Esta vez, además de los pájaros del día anterior también vieron una ardilla que subía a un árbol con prisa. La ardilla dijo que aquel parque estaba lleno de cuentos perdidos, pero que él no podía decir dónde estaban porque sólo podía encontrarlos aquel que los hubiera perdido. Facul la miró emocionado y siguió buscando. Aquella era una buena pista así que aunque no encontró nada ese día volvió al día siguiente y al otro y al otro y así estuvo toda la semana.
Llegó el domingo y Facul no había encontrado sus cuentos y era el día en el que los niños iban al parque a escuchar sus historias. Sabía que no podía defraudarles una vez más o es posible que sus padres no les llevaran más. Asustado, fue al parque más temprano que de costumbre, era su última oportunidad. Cuando llegó el día tampoco0 era muy apetecible y estaba lleno de nubarrones, aun así, nada más llegar se puso a buscar sus cuentos. Pero no los encontraba. Vio un enorme globo que se hacía más y más grande y pensó que quizás estuvieran allí pero al llegar se dio cuenta de que no. Estaba desesperado. Entonces, una vez más, se dio cuenta de que Clatchan estaba junto a él.
- ¿Los has encontrado? Preguntó en niño.
- No. Ya no sé dónde buscar. Me he pasado toda la semana mirando el parque y las calles y no los he encontrado. Dijo el pobre de Facul.
Los niños comenzaron a llegar y a situarse alrededor del contador de historias. Se sentaron todos juntos esperando que comenzara una de sus historias. Entonces Clatchan le dijo sonriendo:
- Ya has buscado tus cuentos fuera de ti. Ya has visto cosas que estaban a tu alrededor que ni siquiera habías visto. Es hora de que busques tus cuentos dentro de ti. Donde siempre han estado. Cierra los ojos y piensa en historias.
Facul no le entendió muy bien al principio pero los niños comenzaban a murmurar sin entender porqué no comenzaba así que se puso en pie, se dio la vuelta y comenzó a pensar y a buscar en su interior. Así de pronto no le venía nada a la cabeza ni a la boca, pero de pronto se acordó de las palabras de Clatchan y recordó a los pájaros, a la ardilla, a la mujer que vio por la calle con aquel carro enorme y por último recordó el globo. Entonces, se dio la vuelta, miró a los niños y dijo a los niños con voz grave:
- Esto era una vez una ardilla que se hizo una apuesta con un pájaro para ver quien volaba más alto… Y entonces la ardilla se hizo amiga de una anciana que llevaba un globo en un carro enorme… y entonces el pájaro le dijo a sus polluelos que había que confiar en uno mismo y mirar alrededor…
¡Le había salido un cuento precioso! Cuando terminó los niños aplaudieron un buen rato y los padres le dieron unas buenas monedas, muchas, muchísimas. Todos estaban encantados y Facul también.
Poco a poco la gente se fue marchando y Facul se quedó sólo en el parque. Entonces se acordó de Clatchan y le buscó por todas partes sin encontrarlo. ¿Dónde se había metido? Quería darle las gracias por haber encontrado sus cuentos y haberle enseñado a recuperarlos. Miró por todos lados pero no estaba así que decidió marcharse. Entonces, un niño con cara de pato se acercó y le dijo:
- ¿Eres Facul?
- Si. Respondió el contador de historias.
- Me llamo Marfusca, soy amigo de Clatchan. - Dijo el niño con cara de pato.- Se ha tenido que marchar, pero me ha dejado un recado para ti.
- ¿Siii? ¡Dime, qué te ha dicho! Dijo Facul emocionado.
- Siempre estaré con tus cuentos… Y en la tienda de la esquina.- Dijo Marfusca señalando hacia una tienda que había junto al parque.- Ahí también vivo yo.
Facul se giró y vio una tienda. No entendía muy bien qué quería decir Marfusca pero cunado se dio la vuelta otra vez para preguntarle el niño con cara de pato había desaparecido.
El contador de cuentos se levantó y se acercó a la tienda y poco a poco fue entendiendo. ¡Era una tienda de animales! Facul se asomó al escaparate y allí vio un ratón con cara de niño que daba vueltas a una rueda y que parecía saludarle. El hombre, miró al ratoncito y le dijo:
- Gracias Clatchan, muchas gracias por todo.
1 comentario:
Muy hermoso, hermosísimo.
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