Aquella noche ya no miraba a ambos lados de la calle, no afinaba el oído para escuchar si había pasos que le pudieran seguir, no buscaba con desesperación las llaves mucho antes de llegar a su casa. El miedo había desaparecido.
Pero cuando entró por la puerta de su casa supo que había cometido un error imperdonable. Algo le decía que allí dentro le esperaba el motivo de su permanente huida… pero ya era demasiado tarde.
Años atrás había dejado una cuenta pendiente, una cuenta que se pagaba con la muerte y la eternidad, por eso huyó. Huyó tanto que casi desaparece de si mismo. Cambió de vida, de hábitos, de conciencia. Pensó que así, si lograba olvidarlo todo quizás lograra escapar. Y lo consiguió… durante un tiempo.
Vivía acobardado, haciendo frente cada día al miedo de verse sorprendido una vez más por aquella eterna amenaza. Y miraba a todos lados, como un ratoncito miedoso que sale a comer por la noche, esperando no encontrar a una rapaz al acecho. Su rapaz particular.
Y pasó el tiempo. Y no pasó nada. Tan pocas cosas pasaron que comenzaron a pasar otras. Y tuvo una nueva vida, mejor, menos desesperada. Por eso creyó que podía ser para siempre y que ya no tendría que mirar a los lados antes de dar un paso por la vida. Pero el cazador que le buscaba terminó por encontrarle otra vez, justo cuando ya no le esperaba.
Entró y le vio allí sentado, esperándole.
- Has tardado mucho en encontrarme. Dijo amargamente pero sin perder la compostura.
- Por mucho que huyeras debías de saber que tarde o temprano terminaría encontrándote. Estás condenado e hicieras lo que hicieras ibas a ser mío. Le dijo el animal.
Era inútil resistirse. Aquello era el final. Se maldijo por ser tan ingenuo, por haber pensado que podría evitar ese final que ahora veía tan proximísimo. Obviar la realidad sólo le había reportado unos minutos de tranquilidad, pero le había quitado la posibilidad de seguir huyendo. Ya no sabía que era mejor.
El animal le miró con los ojos enrojecidos por el deseo de sangre, satisfecho por poder cobrarse al fin su deuda pendiente mientras Él buscaba una salida, una escapatoria. Entonces pensó que quizás no tenía sentido huir, que su verdadero final había llegado mucho tiempo atrás, cuando fue condenado, y que todo aquel tiempo huyendo, la nueva vida que había logrado tener, incluso llegando a olvidar que estaba en busca y captura, era un regalo con fecha de caducidad. Por eso dejó de resistirse ante lo inevitable y dejó que el Diablo se llevara su alma de una vez para que pudiera disfrutar de ella toda la eternidad. Si el Diablo viene a por ti casi es mejor que no huyas, quizás sea más divertido verle de frente y presencia como te lleva con él.
Pero cuando entró por la puerta de su casa supo que había cometido un error imperdonable. Algo le decía que allí dentro le esperaba el motivo de su permanente huida… pero ya era demasiado tarde.
Años atrás había dejado una cuenta pendiente, una cuenta que se pagaba con la muerte y la eternidad, por eso huyó. Huyó tanto que casi desaparece de si mismo. Cambió de vida, de hábitos, de conciencia. Pensó que así, si lograba olvidarlo todo quizás lograra escapar. Y lo consiguió… durante un tiempo.
Vivía acobardado, haciendo frente cada día al miedo de verse sorprendido una vez más por aquella eterna amenaza. Y miraba a todos lados, como un ratoncito miedoso que sale a comer por la noche, esperando no encontrar a una rapaz al acecho. Su rapaz particular.
Y pasó el tiempo. Y no pasó nada. Tan pocas cosas pasaron que comenzaron a pasar otras. Y tuvo una nueva vida, mejor, menos desesperada. Por eso creyó que podía ser para siempre y que ya no tendría que mirar a los lados antes de dar un paso por la vida. Pero el cazador que le buscaba terminó por encontrarle otra vez, justo cuando ya no le esperaba.
Entró y le vio allí sentado, esperándole.
- Has tardado mucho en encontrarme. Dijo amargamente pero sin perder la compostura.
- Por mucho que huyeras debías de saber que tarde o temprano terminaría encontrándote. Estás condenado e hicieras lo que hicieras ibas a ser mío. Le dijo el animal.
Era inútil resistirse. Aquello era el final. Se maldijo por ser tan ingenuo, por haber pensado que podría evitar ese final que ahora veía tan proximísimo. Obviar la realidad sólo le había reportado unos minutos de tranquilidad, pero le había quitado la posibilidad de seguir huyendo. Ya no sabía que era mejor.
El animal le miró con los ojos enrojecidos por el deseo de sangre, satisfecho por poder cobrarse al fin su deuda pendiente mientras Él buscaba una salida, una escapatoria. Entonces pensó que quizás no tenía sentido huir, que su verdadero final había llegado mucho tiempo atrás, cuando fue condenado, y que todo aquel tiempo huyendo, la nueva vida que había logrado tener, incluso llegando a olvidar que estaba en busca y captura, era un regalo con fecha de caducidad. Por eso dejó de resistirse ante lo inevitable y dejó que el Diablo se llevara su alma de una vez para que pudiera disfrutar de ella toda la eternidad. Si el Diablo viene a por ti casi es mejor que no huyas, quizás sea más divertido verle de frente y presencia como te lleva con él.
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