No sé mucho de música, ni de teatro, y menos aún de danza. De pintura sé lo justo y en literatura sólo alcanzo a definirme como un asiduo lector. Pero si sé de sentimientos, por ser consciente de ellos. Hace casi una semana que asistí al Teatro de la Maestranza para ver la ópera Tosca, en un montaje de la Scala de Milán y un resuenan los ecos de sus voces en mi mente, mis ojos aun intentar retener la imagen de un escenario tan irreal como cierto. Aquí nadie va a encontrar una crítica fundada sobre cómo estuvieron los protagonistas, el director de la orquesta o el coro, no sé decir porqué, pero a mi me pareció maravilloso. La ópera es, en sí, la unión de todas las artes antes mencionadas. Todas juntas y puestas al servicio de los sentidos.
Me pasé el primer acto entero con la boca abierta y la lágrima fácil. Con la mejor compañía que hoy por hoy podía tener a mi lado para un espectáculo como éste, un sin fin de sentimientos se agolparon en mi y ya no pude recobrar el aliento hasta varios días después.
Que me guste la ópera puede ser un significado de que me hago mayor, de que gano en lucidez, un signo de snobismo... Es una alegría.
Y Tosca. Mis dos óperas favoritas son de Puccini. Tosca y Madama Butterfly. ¿Por qué? Pues por mucho motivos. De índole sentimental... y musical. Son en italiano y las entiendo, tratan asuntos básicos como el amor a pesar de todo, el honor y la libertad.
Ya he conseguido maravillarme con Tosca. La próxima cita será con Fidelio... pero el destino me tiene reservado una cita especial con Madama en Verona. Será en verano. No sé si seré capaz de aguantar la emoción.
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