Arriba, en el altillo de mi casa, vivían Afuña y Capuña, mis dos amigos invisibles de la infancia. Y ellos fueron los que me dejaron entrar una sola vez en el Laberinto de los Cuentos. Un lugar al que sólo podían entrar los personajes de los cuentos ciertos y los niños que estuvieran dispuestos a mirar con ojos abiertos, más allá de las palabras, más allá de los sentimientos.
Me asomé al laberinto y vi un mundo maravilloso.Al principio estaba asustado porque aquel laberinto, como todos, estaba hecho para perderse, y temía entrar en él y no poder salir. Pero Afuña me dijo que no me preocupara, que si seguía la regla podría disfrutar de mi estancia en un lugar mágico.
Me adentré entre los enormes setos que no dejaban ver lo que había al otro lado y al poco comencé a encontrarme con los personajes de todos los cuentos. Allí estaba Pinocho, Blancanieves, los siete enanitos con Mudito al final de la fila, la Bella Durmiente, Peter Pan... ¡Estaban todos!
No entendía muy bien qué demonios hacían todos aquellos seres en ese sitio pero Afuña me explicó que los personajes de los cuentos se reunían justo en el centro del laberinto para hablar de sus cosas, para reírse unos con otros... Y para compartir un poco de su tiempo con los niños que fueran capaces de llegar allí. Emocionado con la posibilidad seguí andando, intentando encontrar el camino correcto.
De pronto me encontré a un bicho enorme, verde, con las orejas como trompetas, que iba con una señora también verde y algunos nenes. Tenían un aspecto terrible pero no paraban de reír mientras hacían ruidos raros y olian fatal. Yo no conocía aquellos seres tan raros y no me sonaban de ningún cuento, pero Afuña una vez más me lo aclaró. "Son Fiona y Srheck, dos personajes de un cuento todavía no inventado". Eso me extrañó pero esta vez Capuña, que era más tímido, me lo aclaró: "Es que al laberinto vienen personajes de cuentos inventados y otros que todavía no han sido concebidos por sus autores". Aquí son todos bienvenidos".
Seguí andando y me perdí mil millones de veces, pero siempre encontraba a un personaje de cuento que que ayudaba a seguir hasta que llegué al mismísimo centro. Aquello era un espectáculo. Cientos de personajes hablaban unos con otros de sus aventuras y de cómo les gustaba que los niños disfrutaran con sus historias. También conseguí ver un grupo de niños que jugaban en una esquina de aquel mágico recinto, me acerqué a ellos y les pregunté cómo habían llegado hasta allí. Me miraron y se rieron. "Nos has traído tu". Me dijo una niña preciosa de ojos azules como el mar. Me quedé asombrado. No entendía. No los conocía de nada. Un niño risueño y feliz me dijo "Si, tu me has traído y sé que debo llamarte Yiyo". Como no conocía a ninguno de los dos les pregunté sus nombres y la niña me dijo que se llamaba Livia y el niño Gonzalo. Pregunté al resto y ningún nombre me sonaba, Antonio, Marcos, María, Enrique, Julia... Entonces otra niña me miró, se acercó y comenzó a tocarme la cara lentamente, era la niña más guapa que había visto jamás y me miraba con unos ojos como jamás nadie me había mirado. No supe qué decir ni qué hacer hasta que me dijo: "Tu nos has traído aquí porque somos tus niños, los que conocerás y contarás esta historia. Somos como los personajes de los cuentos que todavía no han sido escritos. Aquí están los niños que querrás cuando seas mayor". Los miré a todos juntos y supe que era verdad, allí supe quienes eran todos y cuando los conocería... todos menos a la última niña que me había hablado. "Los conozco a todos,- le dije.- A todos menos a ti. ¿Quien eres?"
Y la niña me contestó con una cara que aún hoy tengo clavada en mi memoria: "Soy Martina, Papi, soy tu hija".