jueves, 4 de agosto de 2016
Las dos imágenes de Jeelani
Ha muerto Abdul Jeelani. Un mito del baloncesto de los 80. El tipo que subió al Caja San Fernando a la ACB, categoría de la que ya no se ha bajado a pesar de todo lo que llevamos pasado...
En estos días en los que tanta incertidumbre planea sobre el club de nuestra ciudad, es bueno recordar de donde venimos y quienes nos ayudaron a llegar hasta aquí, cuando el baloncesto no interesaba a casi nadie.
Escribí este artículo para la revista Timeout Magazine de Rafael Pulido y Nacho Castells hace más de un año. Hoy, desgraciadamente, toma cierta actualidad. Jeelani intentó revivir, ganó mil batallas, pero al final, ha perdido la guerra. Espero que la lucha al menos, le haya merecido la pena.
En estos días en los que tanta incertidumbre planea sobre el club de nuestra ciudad, es bueno recordar de donde venimos y quienes nos ayudaron a llegar hasta aquí, cuando el baloncesto no interesaba a casi nadie.
Escribí este artículo para la revista Timeout Magazine de Rafael Pulido y Nacho Castells hace más de un año. Hoy, desgraciadamente, toma cierta actualidad. Jeelani intentó revivir, ganó mil batallas, pero al final, ha perdido la guerra. Espero que la lucha al menos, le haya merecido la pena.
"En esos años ver entrenar al primer equipo para las
categorías inferiores del Caja San Fernando no era muy difícil. Entre otras
cosas porque se pasaban la vida mendigando un pabellón por la ciudad y se iba de
San Pablo a Amate o a la Casa Cuna dependiendo de la semana. Y lo mismo le
pasaba a los que estaban llamados a subir al equipo a la ACB en la temporada
88/89.
El equipo cadete, el juvenil y el junior habían terminado de
entrenar y, ya duchados, era el momento de ver a Zárate, Llano y demás, cómo
preparaban un partido importante que debía disputarse el siguiente fin de
semana. Todos calentaban a conciencia menos el americano del equipo. Si, “el
americano” porque en ese momento en la segunda categoría del baloncesto español
sólo se permitía uno. Abdul Jeelani pasaba de correr alrededor del campo, de
estirar y demás ejercicios que demandaba el cuerpo técnico ante las risas de
sus compañeros y el enfado de un José Alberto Pesquera que por aquel entonces
ya tenía malas pulgas aunque no eran tan conocidas en el gremio.
Pesquera se acerca a Jeelani y le recrimina su actitud.
Jeelani lo mira. Se ríe, y tira a canasta de espaldas, pasando olímpicamente de
la bronca del coach. Pesquera se enfada más y Abdul, que ve que la cosa se está
poniendo calentita se acerca al entrenador y le dice: “Entrenador, no te
enfades conmigo hombre. Que este fin de semana te ganaré el partido y al final
de temporada te subo al equipo”. Todo ello acompañado de un par de cachetes en
la cara de un entrenador que ya mira embelesado a su estrella. Jeelani cumplió
ambas promesas: Ese fin de semana metió 45 puntos y al final de la campaña el
Caja San Fernando ascendía a la ACB gracias a la aportación genial del díscolo
ala pívot. Para eso le habían fichado. El año anterior había subido él solito
al Askatuak y en el mundo del baloncesto español se había ganado la fama de ser
un especialista en ese tipo de encomiendas.
Pero Jeelani no sólo me sorprendió en las pistas de
baloncesto. Una noche de jueves mi amigo Ángel S. Leone y yo nos habíamos
escapado de casa (edad U-18) y mi vespino rugía por las calles de Sevilla hasta
llegar a la discoteca Rio (hoy Sala Boss). Allí, rodeados de gente que podía
salir un jueves, de pronto, vemos a Jeelani aparecer. Va sólo. Viste pantalón
blanco y camisa floreada. Para no verlo. Tras su entrada triunfal en la
discoteca y observar cómo está el ambiente se dirige a la barra y pide algo. Le
da un sorbo mientras se acerca a la pista de baile. Antes de entrar a la misma
da otro sorbo a la copa y se peina sus rizos en forma de triángulo egipcio y
entonces se lanza a mover sus 204 centímetros con asombroso ritmo mientras se
enciende un cigarrito.
Se trata de dos
momentos contraproducentes que me sirven de metáfora para contar cómo era y qué
fue de Jeelani al acabar aquella temporada. Sevilla se quedó con un equipo en
la ACB y el jugador se retiró volviendo a EE.UU. Una vez allí las cosas no le
fueron demasiado bien. La enfermedad de su madre primero y la suya propia
hicieron que acabara arruinado. Comenzó a beber, primero cerveza, luego lo que
fuera. Se divorció y las cosas se fueron complicando más y más.
Así, con un cáncer de páncreas terminó teniendo incluso que
dar su casa al seguro médico. Es curioso que en EE.UU para salvarte la vida
tengan que deshauciarte. Así que cuando en Sevilla nadie hablaba ya del genio
que había conseguido subir al equipo de baloncesto a la élite, Jeelani acababa
en un hogar para los sin techo, enfermo y abandonado por su familia a excepción
de sus hijos que intentaban ayudarle en lo que podían aunque el exjugador al
principio no se dejaba. Tán sólo en algunas ocasiones iba a dormir a sus casas.
Un día la casualidad obró un pequeño gran milagro. Un
italiano de Livorno donde Jeelani había jugado, aficionado al baloncesto, lo
reconoció y al verle en esas circunstancias hizo un llamamiento al resto de
aficionados transalpinos para ayudar al ex jugador que, antes de jugar en
España, lo había hecho en Italia. Al poco tiempo el presidente de la Lazio de
baloncesto llamó a Jeelani y le propuso trabajar en Roma en el proyecto Colors. Una operación que une a niños
con problemas de 27 países con el objetivo de ayudarle a través de la práctica
del baloncesto.
Al principio Abdul Jeelani pensó que era una broma pero luego
no dudó en volver a Roma e iniciar el segundo tiempo del partido de su vida.
Eso fue en 2011 y desde entonces el ex jugador está allí.
Volver a Roma ha sido para Jeelani “volver al paraíso”. Fue
allí donde mejor baloncesto hizo, ése que le llevó a los recién creados Dallas
Mavericks después de una temporada magistral en Italia. Con los Mavs no sólo
fue parte del primer quinteto de la franquicia sino que fue el primer anotador
de la misma. En Roma, una ciudad santa de los cristianos, fue donde Gary Cole,
que así se llamaba Abdul Jeelani antes, abrazó la fe musulmana, así que volver
allí ha sido como renacer una tercera vez.
No olvida sus orígenes y las dificultades que ha tenido que
afrontar. Viene de la calle por lo que esos niños maltratados por la vida lo
reconocen como uno de ellos. Les enseña que para poder ganar es necesario
aprender a perder. Sus rizos a lo afro han dejado paso a un rapado absoluto
pero mantiene esa risa picarona, la misma que le puso a Pesquera aquel día en
el pabellón del parque Amate. Ya no llegan a San Pablo tipos con esa
personalidad y con la calidad suficiente como para subir a un equipo a la ACB."
Suscribirse a:
Entradas (Atom)