Hace un par de día el ministro de Educación y Cultura iba a un acto público organizado por El Mundo Andalucía. Allí le estaban esperando un buen número de personas que le impidieron dar la charla que traía preparada. El director del periódico, visiblemente cabreado porque le estaban fastidiando el acto tuvo que dejarlo por imposible tras 40 minutos de gritos y abucheos. Cuando el ministro abandonaba el salón de actos los que habían ido a reventarlo aplaudieron su victoria.
Creo que no estoy de acuerdo con ninguna de las medidas que ha adoptado en ministo Wert desde que se hizo cargo de su enorme cartera de ministro. Ni en la parte de educación ni en la de cultura. Es más, casi podría asegurar que según mi opinión, se trata de uno de los ministros menos afortunados de este gobierno y de todos los que he podido conocer, pero ese hecho no me haría ir a un sitio a no dejarle hablar.
Wert ha cabreado a media España para contentar a unos pocos pero los cabreados tiene sus mecanismos democráticos para expresar su opinión a través de los cauces que nos hemos dado para ello. Las huelgas, las manifestaciones y demás opciones son absolutamente defendibles, justo todo lo contrario de lo que pasó el otro día en el Hotel Los Lebreros de Sevilla.
El ministro tiene derecho a explicar sus medidas en un foro y el resto de personas que estaba allí a escucharlas. Y una vez escuchadas se le puede decir todo lo que haga falta; se pueden convocar manifestaciones de repulsa por sus medidas, huelgas, lo que se quiera. Pero hay que dejar hablar. Y eso no es de izquierdas ni de derechas, es de demócratas.
Para la última parte de este post dejo la actitud de los que han tachado la actitud de los reventadores del acto como de actitud "fascista". Son los mismos que decían que cuando la gente abucheaba a Chaves, o a Felipe González en una Universidad; o a Zapatero en el desfile de las FFAA, se trataba de libertad de expresión y lo justificaban diciendo que "la gente está cabreada". Decir eso antes resta credibilidad hoy. No se puede ser tan oportunista en la vida porque al final suele cantar la gallina. Para poder rebatir una opinión hay que dejar que ésta sea expresada.
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